Durante 35 años, Vicente de Paúl y Luisa de Marillac han trabajado juntos. Uno y otra estaban animados por una doble pasión: pasión por el Hijo de Dios vivo en medio de los hombres y pasión por el pobre.
Luisa de Marillac era amiga verdadera de Vicente de Paúl, como lo era de algunas nobles, seglares e Hijas de la Caridad que atraían su amistad, porque habían entrado en la Compañía muy jóvenes y las veía necesitadas, porque sufrían como ella, porque eran de las primeras que con a ella habían soportado el peso de la fundación o porque eran sus secretarias, sin el peligro de amistad particular, tan perseguida en otros tiempos por considerarla peligrosa para la castidad. Aunque hoy día se ha soslayado hablar de este peligro, a no ser que la presencia sea con una persona de otro sexo de manera continua, exclusiva y a solas, hoy se rechaza la amistad particular por ser causa de aislamiento hacia otras compañeras. Es más un peligro de egoísmo que de impureza.
La amistad convertía a los dos santos en una sola persona sin buscar el dominio, la utilidad o el deleite propio, sino el bien común (c. 604). El superior Vicente trataba a su dirigida de igual a igual, como a una amiga y una colaboradora inteligente, aunque santa Luisa nunca aceptó ese plano de igualdad. Siempre se consideró mujer de un siglo que sometía a las mujeres a un plano de inferioridad. A veces da la impresión de ser una treta femenina en una mujer lista que sabía obtener del santo lo que se proponía: le pido muy humildemente perdón por haber sido tan atrevida al elegir el tema de esta conferencia sin haber hablado anteriormente con usted, padre mío (c. 128).